VIOLETA

Y EL

INDIFERENTE

Érase una vez una niña que nació desde el centro de una flor mientras abría sus pétalos al sol. Esta flor pertenecía a la Pradera de los Sueños, lugar que estaba bañado de las flores más hermosas, los árboles más frondosos y cubierto de las nubes más esponjosas. Todas las flores de la pradera se alegraron al ver la maravilla de niña y entre todas la vistieron y la llamaron Violeta.


Todos vivían felices en la Pradera de los Sueños, donde la naturaleza, la libertad y el amor eran los reyes, todos trabajando juntos para mantener la belleza y la tranquilidad del lugar de ensueños. No necesitaban más que del sol para vivir felices y en esta pradera fue donde Violeta con su cabello siempre al viento vivía encantada con su familia.


Un día, mientras Violeta reposaba bajo la sombra de unas hierbas escuchó unos pasos que se acercaban. Al asomarse ve a un hombre grande y gordo, con dientes picados y con una sonrisa burlona. Traía una bolsa al hombro repleta de dinero. Caminaba por un sendero arrancando una por una y pétalo por pétalo, las flores que iba mirando, las que luego echaba a su bolso y mágicamente se convertían en más dinero para su bolso. Lo llamaban el Indiferente.


Al ver esto la niña corrió aterrorizada hacia el hombre para que se detuviera y dejara a sus amigas flores. Pero cuando llegó a su lado y a pesar de haber gritado, pegado y hasta tirado pequeñas piedras, el hombre no la tomaba en cuenta. Sólo cuando Violeta se acercó a su bolso cargado de dinero el hombre la miró con furia y la niña corrió llena de miedo.


Así estuvo Violeta día tras día intentando de todo para que el Indiferente le tomara atención y dejara de cortar a sus amigas flores para convertirlas en billetes. Pero al séptimo día Violeta tuvo la idea de quitarle la bolsa de dinero al Indiferente y botar todo ese dinero, pero como ella era tan pequeña pidió ayuda a los árboles frondosos y a las esponjosas nubes.


A medianoche, mientras Indiferente dormía, los árboles, las nubes y Violeta se acercaron al hombre que tenía la bolsa de dinero entre sus brazos. Para concretar el plan, las nubes rodearon al hombre y le taparon los oidos para que no escuchara nada, los árboles fuertes le quitaron la bolsa y le pusieron de reemplazo un zapallo y Violeta agarró la bolsa y corrió hacia un lago cercano para tirarla.


Cuando el Indiferente se despertó y vio un zapallo entre sus manos, se volvió loco por perder su dinero y enfurecido salió en busca de Violeta. Era la primera vez que le interesaba alguien que no fuera él. Al llegar al lago vio todo su dinero flotando en el agua y enloquecido se lanzó al agua para sacarlo, pero el hombre no sabía nadar por lo que se ahogo en agua y ambición.


En ese mismo instante, los billetes que flotaba volvieron a su forma de flor, convirtiéndose en flores de Loto, quedando felices viviendo en el agua al igual que Violeta que estuvo llena de alegría junto a toda la Pradera de los Sueños, que la envolvió en un sopor profundo haciéndola dormir para que descansara.

Violeta se despierta al escuchar la voz de su madre que dice: ¡hija levántate para ir a la escuela!. Fue todo un sueño. La niña con los ojos pequeñitos de sueño corre las frazadas hacia atrás y ve su cama ¡cubierta de flores! ¿Fue todo un sueño?.

Quiero guardarte bajo mis soles.


Soy una fanática de plasmar las cosas. De querer mantener a la mano los recuerdos de los soles radiantes, los que quiero llevar caminando tras mi paso y verlos cerca mío cada vez que quiera. Tomo fotos cada vez que puedo, buscando quizás guardarme para siempre lo que vieron mis ojos en alguna hora plácida del sol. Escribo, quizás para apoderarme de mi cabeza, esforzándome en mover mi mano haciendo movimientos circulares con un lápiz a tinta que muestren la inmensidad abismante del sentir. Todo quisiera guardarlo egoístamente queriendo arrebatárselo al tiempo y que no quede sólo en mi recuerdo; el sabor del chocolate, la sensación y la gracia con que mis dedos se surcan buscando formar su rostro, sintiendo su piel en cada pedacito de faz, grabar cada momento delicioso que me da el sol con su salida, el sandungueo de mi alma cuando escucho una cueca chilenera, risas pegajosas, abrazos regoncijantes que te estrechan de tal forma que no se olvida, el placer de dormir hasta aburrirme, la fuerza que se siente luego de escuchar palabras transformadoras de mundos, el calor del sol abrazándome cuando mi vida llora de frío... Con recelo quiero guardar todo eso que en algún latir de mi corazón, hizo que mi vida fuera feliz.

Me sentaría y pondría mis pies en el agua. Me quedaría ahí por años.
Me haría vieja ahí resfrescando mi vida desde mis dedos largos y delgados, que se confunden con la corriente, hasta llegar a mi cabeza, anhegándola de no sé que pensamientos.
Para morir, elegiría este lugar. Muy lejos de todo, con mucho árbol, mucha hoja verde en todas sus tonalidades posibles, flores de todo tipo, muy frescas, muy dulces, junto a todas las patillitas de plantas que haría para que las cuidaran luego mis hijos (quiero hijos, cuatro, si es que se puede), con un cielo bien azulito con nubes esponjocitas como tanto me gustan, caminar mucho rato hasta que mis fuerzas no den y acostarme a mirar el cielo para marearme como siempre en su profundidad.

Quiero hipnopedia profunda






Cuando quiero huir, prendo la tele.
Cuando mi garganta se aprieta, prendo la tele para amordazar mis pensamientos, hacerles un desaire para absorverme en la morfina de un programa. El alivio momentaneo de pegarme a esta cajita mágica. Ser sombie de la tele, en vez de quedar como uno por tanto llorar. Hablo y hablo de enfrentar las cosas, pero a mi me cuesta tanto enfrentar mis propios ojos. En las veces que mi cuerpo se enfría y quedo somnolienta de dolor, o en que las lágrimas se burlan de mi rozando mis mejillas con cosquillas, quiero que me cubra el sueño y acurrucarme en su tibio sopor. Poner música para no sentirrme sola junto a los recuerdos, y así estos no se sienten libres para atormentarme, o simplemente largarse en un caballo (tan fácil conseguir uno) para llegar y echarme a descansar, acostada entre lo verde y lo azul del mundo, y ahí sacarme el corazón y el cerebro para dejar de sentir y pensar...
Ahora iré a ver tele.